POR UNA REPÚBLICA FEDERAL

diumenge, 14 d’abril del 2013


Como geógrafo nunca he centrado mi atención exclusivamente con los límites marcados por la geografía política. Las fronteras son siempre acotaciones que pretenden reducir los territorios a simples espacios de poder. Los límites territoriales son más bien graduales, transiciones como las formadas por el paisaje y la interacción entre el hombre y el medio durante siglos, los culturales o los socioeconómicos creados por la distribución diferencial de las rentas dentro del capitalismo.

Pero no cabe duda que los límites políticos acaban determinando todo lo demás, desde los más delgados como son los de la propiedad, hasta los más gruesos que corresponden a los Estados. Desgraciadamente, los límites políticos son en muchos casos las únicas nociones de geografía que un Estado proporciona a su población, presentados como límites incuestionables, se convierten razones por las que se puede incluso enviar a su población a la guerra .

Por ese motivo siempre he defendido una organización política  basada en el principio federativo o federalismo entendido como: "La unión de comunidades autogobernadas y soberanías a través de diferentes niveles de federaciones y confederaciones locales, comarcales, regionales o nacionales de tal manera que el poder político se distribuye y fluye de lo particular hacia lo general, es decir, de la base que es la comuna a la confederación máxima con el propósito de evitar el centralismo, la burocracia y toda jerarquía de poderes.El principio federativo Pierre-Joseph Proudhon d Traducción de Pi y Margall.

No obstante, federalismo  es una solución racional a la organización política territorial de manera universal y como racional que es, no despierta las mismas pasiones que los Estados-nación que apelan continuamente al patriotismo vertical (interclasista). Eso sí, permitiendo que los poderosos salten las fronteras del Estado-nación (paraísos fiscales, laborales y ambientales) y confinando a su clase trabajadora a la suerte de las leyes nacionales.


En cambio en el caso específico del Estado español hay una forma política en referencia a la jefatura de Estado que no es neutra, y tiene un importante componente emocional con raíces históricas, la República.


A veces se argumenta para quitar ese componente, que existen muchas monarquías parlamentarias como los países nórdicos con los mayores niveles de progreso y bienestar. La diferencia es que el papel de la monarquía y de la nobleza de los países nórdicos no es ni ha sido comparable con el nuestro, ni el jefe de las fuerzas armadas es el rey, ni el principal terrateniente sueco es un Duque o una Duquesa, ni la mujer y los nietos de un dictador sanguinario ostentan títulos nobiliarios.La monarquía representa una clara limitación democrática y el mantenimiento de los privilegios heredados de una casta que ha salido impune a lo largo de la historia de los mayores atropellos contra las libertades ( el último, los 40 años de dictadura totalitaria).

Los ideales republicanos son herederos de todos los movimientos ilustrados y regeneracionistas que han pretendido construir un Estado de  progreso superando el retroceso respecto a Europa provocado por unas élites dirigentes que han negado sistemáticamente la libertad, la justicia o la educación (analfabetismo) a su pueblo .Sustituir la monarquía por la voluntad popular es poner en el centro del Estado el presente y el futuro y tener un Estado que sirva para servir al bienestar y la convivencia  de los pueblos de España.

¿Por qué  si no es para tener bienestar para qué sirve un Estado? Que se queden con sus viejas glorias, sus reliquias y sus banderas imperiales, esas no mitigan la miseria actual ni evitan que nuestro futuro esté en algún lugar perdido de Alemania, esas no sirven a nadie más que a ellos para perpetuarse generación tras generación por encima de sus conciudadanos no por su valía personal sinó por tener la injusta suerte de tener unos antepasados que conquistaron sus privilegios de sangre con la sangre de los demás.

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